Con una gala artística, desde el portal de la Biblioteca Provincial Alex Urquiola, quedó inaugurada en la tarde de este miércoles la 31 edición de la Feria Internacional del Libro en Holguín, fiesta mayor de la literatura que cada año reúne a escritores y público lector.
En este espacio el poeta Delfín Prats Pupo, Premio Nacional de Literatura 2022, subrayó su compromiso con la escritura vinculado al amor hacia Holguín como ciudad natal.
Dentro del marco de este despliegue de fuerzas culturales hay que distinguir la Feria del Libro y es aquí en el corazón mismo de la ciudad, donde acude a mis labios la máxima martiana que nos acredita como fieles exponentes de la vocación universal de la Revolución: Patria es humanidad, destacó.
Por su parte, Rubén Rodríguez González, Premio Alejo Carpentier, en las palabras de apertura comentó que este gran evento de las letras y la lectura posee carácter juvenil, y trae a la luz a todos los profesionales que participan en cada proceso de la creación editorial.
En esta velada, dirigida por Carlos López, actuaron solistas del Teatro Lírico Rodrigo Prats, la Compañía de Narración Oral Palabras al Viento, el Orfeón Holguín y estudiantes de la Escuela Elemental de Arte Raúl Gómez García.
Como parte de esta jornada también quedó abierta al público la Gran Librería situada en el Complejo Cultural Plaza de La Marqueta, donde se realizó la apertura del pabellón expositivo de Colombia, país invitado de honor.
Además, se reabrió la sede de Ediciones Holguín, luego de tres años de reparación capital; y se confirió el Hacha de Holguín, máxima distinción que otorga el Gobierno en la provincia, a los escritores Lourdes González y Delfín Prats.
Hasta el próximo día 19 se desarrolla este certamen, con más de 380 novedades, 392 mil ejemplares en venta y cerca de 30 espacios artísticos.
La presente edición de la Feria holguinera se dedica a Delfín Prats y al 170 aniversario del natalicio de José Martí; y rinde homenaje a los centenarios de Fina García Marruz y Antonio Núñez Jiménez. (Tomado de ACN)
Palabras inaugurales a cargo de Rubén Rodríguez González, Premio Alejo Carpentier
Primero, fui un lector.
Leía todo el tiempo. A escondidas durante los turnos de clases, en las mañanas y las tardes libres. Lo hacía en las escuelas al campo. En las becas. En tiempo de exámenes. En fiestas. En las prácticas militares. En la educación física. Leía al ver la televisión, mientras escuchaba la radio y conversaba. Lo hacía al viajar en ómnibus, autos, trenes, aviones. En los funerales. En las bodas. En los bautizos. En las reuniones. En las colas interminables. En las consultas médicas. En la enfermedad y la convalecencia. En la alegría y la tristeza.
Cada historia fue una puerta a otro mundo, un camino a la imaginación, un puente hacia alguna parte. Un arma contra el aburrimiento, la tristeza, la injusticia, la mediocridad, la frustración, el abandono. Leía despacio hasta escuchar la voz del narrador, amable y con el tono apropiado. Si no escuchaba la voz, dejaba el libro.
Leer me permitió teorizar un poco, definir conceptos sobre la propia lectura, saber que hay obras que se leen una sola vez en la vida; otras que se leen cada cierto tiempo; pero solo un libro te marca para siempre. Que el mismo libro puede provocarte cada vez una emoción nueva. Que determinados momentos marcan umbrales intelectuales o de sensibilidad, a partir de los cuales ya se puede leer ciertos libros, porque estás preparado para recibirlos.
Cuando vendí mis libros para comer, supe que había tomado un camino sin regreso, el de la madurez. Lo hice sin dolor, como una mutilación necesaria, pero sabiendo incorporados a mi ser kilómetros de páginas impresas, mares de tinta, miles de voces susurrantes, personajes, escenas, entornos. Descubrí que no necesitaba atesorarlos porque había tomado de los libros aquello que no me sería quitado.
Cuando pude emprender viajes largos, constaté que ninguno llegaba tan lejos ni mostraba tantas maravillas como las largas jornadas vividas a lomos de un libro. Tampoco la música o el cine desplazaron a sus amigos de papel: porque también en aquellos volúmenes había música, imágenes en movimiento, sucesos narrados con pasmosa parsimonia o vertiginosa sucesión, luz de otros días, tesoros intangibles…
Jamás he visto la lectura como un medio, sino como un fin. Como un placer infinito. Morboso. Recompensante. El mismo con que sigo leyendo sin parar en la pantalla del teléfono. Otro soporte, pero las mismas historias. El mismo deleite. La fuente secreta de mi refractaria felicidad.
Luego, fui escritor, y toda literatura de ficción o perteneciente a otra de sus modalidades o géneros, revela una inquietante dualidad.
De un lado, el acto íntimo, privado, casi secreto, de su producción, independientemente de cuán masiva hayan sido las fases del proceso, y las peculiaridades de su parto o la vocación de servicio o intencionalidad contenidos en la obra.
Y del otro, el carácter público de su producción, promoción y comercialización. Antes de regresar a la intimidad, metafórica o real, de su consumo como lectura, en un acto extremadamente inclusivo.
Los escritores estamos a merced de tales vaivenes, esa sucesión de luces y sombras, de ocultamiento y revelación, de la que muchas veces no somos conscientes. Cegados por los artificios de la paternidad o la maternidad literarias, a expensas de la ley del valor y sus vaivenes, vapuleados por la inseguridad, la vanidad, la duda y hasta víctimas de aquello que se describe como síndrome del impostor, los autores muchas veces nos sentimos inermes ante nuestra propia creación, mientras el público, la crítica y el ego tiran con fuerza en distintas direcciones.
LA FERIA DEL LIBRO, sin embargo, posee carácter ecuménico pues inevitablemente, trae a la luz y reconoce a los demás profesionales implicados en el proceso: dígase editor, corrector, ilustrador, diagramador, impresor, promotor, vendedor: EL INEFABLE LIBRERO, gracias al cual un libro se realiza como objeto útil en el mercado y cumple finalmente su cometido: informar, educar, entretener…
De ellos es también el triunfo. Suyo es el reino en estos días que vienen, donde se juega con la etimología —u origen— de la palabra. Porque, según cierta teoría, existe parentesco entre los términos fair (feria) y fairy (hada), esas criaturas asociadas a lo sobrenatural, a lo mágico.
Sean pues, la Feria y la Magia sobre Holguín. No en vano, hoy, en esta tierra que, como escribió Martí, es «seca y se bebe la lluvia», se puede pronunciar una palabra rara: PETRICOR, que es el perfume de la tierra mojada por la lluvia. (Tomado de Claustrofobias)