Un panel sobre cultura, conflicto de clases y racialidad desde las Ciencias Sociales ocupó la mañana de esta jornada, como parte de las actividades organizadas durante la 30 Feria Internacional del Libro de La Habana, con cita en la Casa del Alba Cultural.
Entre los panelistas estuvo Irene Ruiz Narváez —Licenciada en Ciencias Políticas, investigadora en temas de Género y Comunicación y miembro de la Cátedra de la Mujer de la Universidad de La Habana— quien disertó acerca de la mujer negra en el deporte cubano y ofreció la primicia de un proyecto de libro que aspira a visibilizar los retos y logros de estas atletas.
Ruiz Narváez señaló que la investigación parte de lo que significa el deporte como medio de socialización a gran escala, y que a veces se direcciona hacia la figura de los hombres. Por eso, «las mujeres han sido motivación para presentar el libro», subrayó.
En el proyecto acerca de la Mujer y deporte en Cuba, la especialista toma como paradigma a Alejandrina Herrera: primera mujer negra que representó a Cuba en juegos internacionales y quien logró la primera medalla para su país en Juegos Centroamericanos y del Caribe (Ciudad de México, 1954). «Es una fortaleza que la población femenina negra tenga historia en el deporte», comentó Ruiz Narváez.
Es enriquecedor que sean personas como Alejandrina —luchadora contra la discriminación, representante social desde lo deportivo— o Bertha Díaz —primera mujer cubana en participar en unos Juegos Olímpicos (Melbourne, 1956). Por lo tanto, un libro sobre las conquistas de las atletas negras cubanas es valioso, teniendo en cuenta que el deporte que se practicaba en los Clubes era exclusivo para personas blancas, sin embargo, luego de 1959 se trabajó mucho en fortalecer la actividad física sin importar las clases sociales, ni el color de la piel: «Los éxitos tienen historia. El futuro de los logros depende de este reconocimiento, de los esfuerzos de las futuras campeonas», concluyó la escritora.
En un segundo momento de la cita, Oscar Oramas Oliva, escritor, diplomático e investigador en temas de la cultura cubana y la integración del mestizaje nacional con las tendencias contemporáneas del continente africano. El especialista inició la charla subrayando la figura de José Antonio Aponte —la cual es preciso rescatar como necesidad histórica, pues fue el precursor de la independencia de Cuba.
En este sentido, Oramas indicó que la discriminación racial es un constructo social que nos divide en «seres superiores o inferiores» en dependencia del color de la piel, y eso sesga la manera en la que concebimos hasta nuestra historia y cómo la transmitimos de generación en generación. Tal fenómeno —precisó en el encuentro— comenzó desde que los colonizadores llegaron a Cuba con una cruz y una hoguera para castigar a aquellos que no se ajustaban a las normas civilizatorias.
«Cuando veo que se pone la primera piedra para un monumento en homenaje a José Antonio Aponte veo un logro luego de siglos de olvido. La vida es de lucha», y entre emociones reconoció a quienes durante años trabajaron y trabajan para rescatar la historia de los grandes «no blancos» cubanos, entre ellos, a la Comisión Aponte en la Unión Nacional Escritores y Artistas (Uneac). Así mismo, indicó, «el testimonio más fiel y preciso de la voluntad política es que se haya reconocido a Mariana Grajales como la Madre de la Patria».
Por su parte, Gisela Arandia Covarrubias, periodista, investigadora del Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello y miembro de la Uneac, señaló en el último momento del encuentro que más allá de hablar de «conflicto racial en Cuba», debemos resaltar que asistimos a él, porque como ideología, «el racismo es un conflicto geopolítico, al cual las potencias hegemónicas han puesto en efervescencia y mantenido». Y ello influye sobre la conciencia social, que supera las características fenotípicas. «El desafío es cambiar ese pensamiento», indicó.