Carlos Esquivel: la literatura como exorcismo

Carlos Esquivel Guerra (Las Tunas, 1968) se ha convertido en uno de los autores de mayor universalidad en la literatura cubana de los últimos tiempos. Se trata de una figura de las más inquietas y voraces, tanto en lo referido a lecturas y referencias como en los géneros explorados, pues ha mostrado desenvolverse con soltura en narrativa y poesía. Para probar su calibre como narrador, invito a leer la antología Rápido y sin apuro, que recoge en su diversidad el bagaje cultural, vivencial y artístico del autor.

Los relatos incluidos en el cuaderno exploran diversos temas e inquietudes que giran en torno a lo que el propio Esquivel concibe como una herramienta para exorcizar y permanecer, la escritura.  Aunque las narraciones discurren por varios temas, podrá constatarse la recurrencia de al menos tres según avanzamos: el arraigo de algunos exiliados cubanos, la existencia anodina de los autores sobrepasados por su circunstancia y, por último, los juegos metaliterarios. Así pues, intentaré bosquejar tres de los cuentos, en atención a la importancia que revisten dentro del cuaderno como síntesis del quehacer literario de Esquivel y de los senderos por los que se ha aventurado.

«Habana. New Jersey. Habana» describe, a través de un personaje marcado por la soledad y la disfuncionalidad familiar, los días postreros de la legendaria Celia Cruz en los Estados Unidos. Valiéndose de diálogos edulcorados y de corte filosófico, ambos sujetos convergen hacia un entendimiento recíproco de la desconexión telúrica que implica la emigración y de la imposibilidad de desprenderse de las raíces aun cuando se extiendan fronteras inconmensurables de la tierra añorada al país de residencia:

Yo me estoy muriendo. La tierra donde nací me acompañará en mi tumba. Nada más simple que creer que esa es la tierra y que me servirá como sustento. Todo no queda ahí. Es un cruce de delirios. ¿Qué tal si llevas un poco de tierra, un poco de esa tierra que he pisado por muchos años, llevarla hasta la tumba de mi madre? Es un detalle cursi, disculpa.

El cuento presenta una idea ya abordada por Esquivel en su poesía, la de que «todos arrastramos una piedra país», más allá de nuestras diferencias. Esta celia ficcional, distanciada de los escenarios y recreada a la luz de un personaje que, por añadidura, es un poeta, funciona como ejemplo vivo de la necesidad de evocar al país de origen, aunque sea por medio de esquirlas y artificios del cine. El protagonista no escapa a una sensación similar; aunque percibe un futuro incierto en Cuba, experimenta una acuciante necesidad de volver al espacio raigal.

La suerte del escritor se dibuja con crudeza en «La historia del lobo contada otra vez», un relato ambientado en una Cuba que bien puede ser la de finales de los 90 o principios de los 2000. Narra la historia de un joven escritor que se ve impelido a abandonar su camino y laborar en un restaurante donde penan desdichados como él, extranjeros dotados de solvencia económica por la nueva realidad cubana y estrellas de cine que «solo buscan sexo». En su afán por mantener un lazo con su profesión, el personaje se aferra como un náufrago a las pobres imágenes y recuerdos literarios que revive en él el diálogo con estos seres, por vacuo e insulso que sea.

Como expuse al inicio, dentro de esa pluralidad de caminos explorados por Esquivel, irrumpe la creación literaria entendida como divertimento capaz de aglutinar voces y corrientes lejanas en el tiempo. Bajo esta idea construye no una, sino varias piezas relacionadas con la literatura cubana, colocadas en serie a lo largo del volumen y pensadas como una suerte de concierto barroco protagonizado por autores cubanos de períodos distantes y celebridades del pop:

Aquella reunión estaba lejos de proponer alguna audacia intelectual, del modo que muchos pudieran entenderlo, pero Michael Jackson no venía solo, casi atada a su brazo, la figura de Alejo Carpentier.

¿Qué sabía Alejo Carpentier de pop, disco o blues? Lo mismo que sabía de literatura, pero esto último lo disimulaba mejor.

––Tenemos invitado especial. Así que les ruego no comportarse como brujas parlanchinas. Digan lo que digan él no los entenderá. Desconoce nuestro idioma y para colmo anda con audífonos.

El libro nos asoma, como se puede constatar, a una figura que traspasa en su obra las fronteras de su provincia y de Cuba, dando así una muestra de universalidad admirada por autores como José Kozer y Pedro López Cerviño, quienes elogian su madurez literaria y su capacidad para generar una obra abierta y a la vez ortodoxa y tranquila, que no prescinde de la reflexión y los mensajes inquietantes. Sirvan a modo de colofón e invitación las palabras de Cerviño:

Carlos Esquivel es sin dudas uno de los grandes escritores actuales. Nada del realismo burdo hallaremos en los trazos con que llena la página en blanco como si los escribiera sobre nuestra misma piel. Asume las encrucijadas del hombre como si fueran propias y da voz al secreto, al entredicho, a la pregunta jamás respondida. El cine, las guerras, los fantasmas del pasado, la memoria del país, el béisbol, el futbol… Todas las pasiones se vuelcan en única vorágine. Cada cuento, cada poema nos deja una angustiosa cicatriz, la misma que le dejó a él el trance de la escritura como un acto de Fe, una autobiografía nostálgica y terrible, una pesada carga de la que no puede desasirse. En el cuento, la novela, el verso blanco, la décima, Carlos Esquivel se muestra renovador, revolucionario en todo el sentido que abarca el concepto, trasgresor, intertextual en todas sus múltiples lecturas y saberes. Un escritor maduro que escribe lo que sabe porque sabe lo que escribe.

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