Alfredo Zaldívar: «Tratar de alcanzar la utopía»

El hecho de que la Feria del Libro de Matanzas 2023 esté dedicada al escritor, editor y promotor cultural Alfredo Zaldívar Muñoa adquiere una singular connotación, si pensamos en que se cumplen exactamente cincuenta años de su arribo a esta ciudad que él conquistó o por la que él fue conquistado. Quizás ni los mismos organizadores de este evento ni el propio Zaldívar se hayan percatado de tal coincidencia, pero es así. Declarado con la condición de Hijo Adoptivo de esta urbe, Zaldívar ha dicho que la ama «con intensidad nada común», se ha preguntado cómo pudo nacer lejos de su bahía y ha reconocido que fue aquí donde asumió su condición de escritor, donde se hizo editor, donde supo lo que era una biblioteca, un teatro, un archivo…, donde ha hecho lo bueno («y también lo malo», puntualiza él, jocoso).

Nacido en 1956 en un pobladito holguinero de nombre pintoresco: Sojo Tres, un Zaldívar de apenas 17 años llegó a Matanzas para estudiar la carrera de Geodesia y Cartografía, también con algo de pintoresco, y una vez graduado le pidieron se quedara aquí, impartiendo clases. Ya vinculado al movimiento literario matancero, quemó las naves en 1983, al empezar a trabajar en la Dirección de Cultura. Luego estaría al frente de la Casa del Escritor, que en muy poco tiempo terminó convirtiendo en Ediciones Vigía, cuyas producciones manufacturadas deslumbrarían a toda Cuba y al mundo.

De ahí para acá, la impronta de Zaldívar en las letras no ha hecho más que crecer. Además de colaborar en numerosos proyectos editoriales del país y fuera de él, ya a principios del nuevo siglo se vinculó un tiempo con Ediciones Aldabón, sello de la AHS yumurina, y desde 2005 comenzó una nueva carrera de largo aliento en Ediciones Matanzas, que poco después pasó a dirigir, para llevarla hacia un florecimiento que la ha colocado entre las mejores de la Isla. Reconocido justamente como Premio Nacional de Edición, Zaldívar ha compartido sus experiencias en ese sentido a través de conferencias, talleres, cursos… en no sé cuántas partes de este mundo.

El que se siente un «amatancerado» ha desarrollado de manera paralela una labor intensa y múltiple de promoción de la literatura y en general de las letras, así como una interesante producción literaria, a la que nadie sabe de dónde saca tiempo para dedicarle. Su escritura tiene su centro en la poesía e incluye la narrativa, la literatura para niños, el ensayo, la crítica literaria y de arte, el testimonio, el teatro… Su más reciente título, una novela dedicada a Seboruco, personaje popular yumurino, estará a disposición de los lectores en esta Feria de Matanzas, en la que la se dedicarán a Zaldívar un coloquio y otros espacios de homenaje.

A continuación compartimos un amplio fragmento de una entrevista que forma parte del volumen Las palabras y los silencios. Conversaciones con escritores matanceros, que se publicará próximamente por Ediciones Matanzas.

Empezaste la escritura de una segunda novela, parece que más allá del sinsabor que te pudo haber traído la increíble demora en la salida de la que dedicaste a Seboruco, le has cogido el gusto a este género literario, del que sé eres un gran lector…

Sabes que es un género bien complejo. Necesita tiempo y concentración.  Escribí cuentos en mi primera juventud, y el afán de atreverme con la novela siempre me rondó. Pero mis proyectos, sobre todo editoriales, me han absorbido siempre, entonces la poesía, que llega y planta sin que puedas negarte, suplió en buena medida esas inquietudes narrativas. La novela de Seboruco fue un largo trabajo tras un ensayo, una antología y una ardua investigación. Pero en ella no solo intento un homenaje seboruqueano a Matanzas sino también a la poesía popular, tan relegada a veces. Esa fue la principal motivación, además de mi regusto por el disparate, el choteo, el pastiche, el humor.

La novela es el género mayor. No por el volumen sino por lo que suma. Tampoco porque quepan en ella todos los géneros, pues pienso que si estos —poesía, relato, testimonio, y otros— no se diluyen, no se integran a su discurso propio, no están sin estar, la novela es fallida.

Hablas de Seda, la brevísima novela de Baricco, como uno de tus paradigmas, por su síntesis, por su sobriedad, pero, si mal no recuerdo, el original de Seboruco tenía ¡más de 500 páginas!…

Más de 600, para ser exacto. Luché contra eso, pero no lo conseguí. Aspiro a la literatura portátil que propone Vila-Matas. A esa genialidad que veo en Seda. Contar una historia enorme en un párrafo; un capítulo medular en media página. Pienso que Seboruco era desbordado y desbordante, y me dominó todo el tiempo. Como dice Federico Villoch, «gongorino y jeroglífico». Sus andanzas fueron tantas que no logré meterlas todas en ese cartapacio. Tú, que fuiste el editor, tuviste que quitarle más de 200 páginas, porque yo no podía.

Hay en Seboruco una fuerte presencia del humor, el desparpajo, la parodia, la intertextualidad, la cultura en sus múltiples zonas… Más allá de que ese singularísimo personaje implicara per sesu uso en la novela, los mismos no le son ajenos a tu poesía, y mucho menos a tu misma vida…

Sí. Me gustan más que los chistes, los disparates reales, las situaciones absurdas, el humor de la cotidianidad, la riqueza de lo popular, de lo ingenuo. Siempre superan la fantasía. He reunido una gran antología del disparate, de autores y épocas diversas. En mi poemario La vida en ciernes hay mucho de esto también. Creo que tengo cierta proclividad a captar sucesos con cierta comicidad que otros no ven, no oyen.

También está dedicado a Seboruco un poemario para niños —género en el que creo te estrenas—, que ya casi sale por la editorial panameña McPherson…

Tengo mis prejuicios con la literatura para niños, sobre todo con la poesía, porque muchos todavía insisten en el término poeta para niños. Se es poeta o no. Algunos que se ven limitados a escribir la mal llamada poesía para adultos creen que pueden escribir para niños, que es más fácil. Claro que hay quien tiene una sensibilidad especial para acercarse a la infancia. Eso es de otro costal.

No soy un escritor para niños. Eso, en mi concepto, no existe. El libro salió de mi novela, en la que Seboruco visitaba a los niños del Hospicio de Niños Pobres —otra labor altruista de los bomberos de entonces— e improvisaba poemas para ellos. Es un libro apócrifo. Supuestamente uno de los niños copiaba los poemas en un cuaderno y yo me encontré el manuscrito mientras investigaba para la escritura de la novela. Está a punto de salir, pero me gustaría publicarlo para los niños cubanos.

Hablando de géneros por los que se te conoce poco, hay que mencionar al teatro…

Hice teatro aficionado desde niño y lo seguí haciendo ya joven. Más que actuar, me gustaba dirigir. Versioné algunas obras y escribí otras. Una ganó un concurso del grupo El Mirón Cubano y otra el Premio Nacional de los Talleres Literarios. Lamentablemente esta se publicó. No creo que tengan valores. Ambas son olvidables. Hice un curso para jóvenes dramaturgos auspiciado por el MINCULT y el ISA, con Rine Leal («Historia del Teatro»), Estorino («Teoría y Técnica de la Dramaturgia»), Raquel Carrió («Análisis Dramático») y Orlando Suárez Tajonera («Estética»). La mejor escuela que tuve y tendré. Pero ya la poesía me había llevado a la edición y ambas me habían ganando ya.

El teatro sigue siendo una de mis pasiones. No he desarrollado la crítica teatral, pero soy un espectador nada pasivo. Todo ese ímpetu fue a dar a mi poesía y al promotor que soy. Para promover la poesía nada como los recursos del teatro. No se puede editar sin las demandas de la dramaturgia. Es lo que va quedando del teatrista que quise ser.

Tuviste hace un tiempo atrás la tarea de organizar una selección personal de tu obra poética, en la que incluyes textos de Concilio de las aguas. Desde la lógica distancia, ¿qué sensaciones te produjo esta vuelta a tu primer cuaderno de versos?

Cuando releo ese libro, o poemas de ese libro —que tiene más de treinta años—, me parece que lo escribió otro. Eran circunstancias, estados de ánimos muy distintos y distantes de quien soy hoy. Pero ya tenía treinta y dos años cuando lo publiqué. Pude publicar un libro mucho antes, con 23 o 24 años, cuando gané el Premio Provincial Néstor Ulloa, pero no quise. El autor de Concilio… no es un poeta maduro, pero tampoco un imberbe total. Quizás por eso no me arrepiento de ninguno de esos poemas. No los reescribiría, no lo corregiría. No son míos ya. Sería como traicionar, desde un tutelaje inadmisible, al muchacho que los escribió. En esa antología de que hablas incluí poemas de Concilio… Hoy no los podría escribir, no los escribiría así. En esas imperfecciones hay también poesía.

Has anunciado que preparas unas memorias sobre tus experiencias en Ediciones Vigía, que fundaste en 1985 y dirigiste durante quince años. A estas alturas, ¿no crees fuera de lo común, extraordinario, el entusiasmo, el estado, digamos que de exaltación cultural, espiritual, castálico, que en esos primeros años acompañó a Vigía, a la que escritores y artistas de diversas generaciones terminaron uniéndosele, colaborando de algún modo? Ya estando desvinculado de este proyecto, dijiste que Vigía era más que nada «un concepto, una esencia en la que yo creeré y crearé siempre». ¿Cuál era, concretamente, ese concepto, esa esencia? ¿Crees que podrás vivir de nuevo algo así?

Creo que Ediciones Vigía —hablando en términos teatrales— fue mi ensayo. Que mi puesta en escena es Ediciones Matanzas. Ese libro que escribo solo intenta dejar testimonio de los primeros años de aquel proyecto. Un rara avis nacida en el mismísimo centro de los renovadores años ochenta. En esa fecha y en esta ciudad. A orillas del San Juan, frente a la bahía, en la plaza fundacional de la primera urbe moderna de Cuba. En él participaron tanta gente entrañable, de muchas maneras. Creo que es mi deber, mi obligación, dejar testimonio. Y sí, Vigía es un estado, una aptitud, una esencia que está en mí, y me sirve para todo, hasta para reparar una pared o soportar horas en una cola.

A finales de los noventa, durante casi tres años, viviste en Madrid por razones profesionales. ¿Podrías comentarnos sobre esta experiencia, los proyectos que desarrollaste…?

Se trataba de un viaje de trabajo por unos cuatro meses para impartir talleres, conferencias y participar en ferias y eventos en varias ciudades. Poco antes de finalizar nuestro viaje la Cátedra de Historia de la Literatura Escrita de la Universidad de Alcalá de Henares nos cursó una invitación, a mi compañera Gisela Baranda, filóloga y editora de Vigía, y a mí, para realizar la edición de un catálogo de las publicaciones de esa importante universidad. Ante la incomprensión de las autoridades de Matanzas nos comunicamos con el Ministerio de Cultura, donde se entendió la importancia del trabajo que nos proponían y se nos entregó un permiso de trabajo y permanencia en el extranjero.

Fue una etapa muy rica profesionalmente. Impartimos un curso de verano sobre el libro artesanal en la Universidad de Alcalá. Colaboramos con la revista Signo de esa universidad. Fui lector de Bartebly Editores y trabajé con las editoriales Verbum y Colibrí, a la par que impartía cursos en la Red de Biblioteca de la Unesco en Cataluña y otros centros culturales. También edité, con el auspicio de la Sociedad Kilates S.A. la Colección de La Aurora, de libros hechos a mano. En fin, una intensa labor que incluyó también un curso superior de encuadernación auspiciado por la Unesco.

A tu regreso a Cuba, en los primeros años del entonces estrenado siglo XXI, comenzaste un nuevo periodo de trabajo…

En 2001 entré en Ediciones Matanzas como editor. Por entonces mi amigo, el periodista Enrique Tirse, era director del departamento de divulgación de Cultura y me invitó a trabajar en la Cartelera Cultural que allí se editaba. Yo siempre quise tener la experiencia de la imprenta de plomo, del linotipo, de la composición a mano, de la tinta fresca y la magia de las viejas máquinas. Estuve un año allí como editor. Pero no dejé de editar libros en esta etapa. Comencé a trabajar como editor de Aldabón, de la AHS, con Johann Trujillo como diseñador, y me cuadró mucho esa experiencia en una editorial en formación. Por esa etapa asumí la revista Matanzas que sigo dirigiendo y es de los quehaceres que más disfruto. También comencé en esa etapa el espacio Café Mezclao, en la ACAA, entre otros proyectos.

¿Cómo se produjo tu llegada a Ediciones Matanzas? Sé que no era ya aquella en la que habías publicado tu primer poemario, ¿en qué circunstancia la encontraste? Luego, tras pasar a ser su director, la has conducido hasta planos estelares en el país. ¿Cómo crees lo pudiste conseguir? ¿Cuál es la receta? ¿Cuáles circunstancias crees que te ayudaron? ¿Cómo sale adelante una editorial en Cuba, cuyo entorno es bien distinto al del resto del mundo?

En 2006 asumo la dirección de Ediciones Matanzas. Hice lo que cualquiera con sentido común y vocación por la edición hubiera hecho. Rediseñar editorial y gráficamente todo, pues había mucha dispersión, aprovechar la experiencia de los que estaban y hacerme de un equipo de creadores con deseos de trabajar. Contaba ya con Johann E. Trujillo como diseñador, lo cual era una gran ventaja para mí. Trabajábamos juntos desde Vigía y conocía sus potencialidades. Luego conseguí hacerme de un equipo de creadores verdaderos, con deseos de trabajar con rigor. No hay receta ni misterios. Hacerse de un buen equipo y tratar de alcanzar una utopía.

La poesía ha estado siempre en primer plano en tus proyectos editoriales, aun cuando desde hace mucho se ha vuelto común decir que no es un género que guste masivamente y se estanca en las librerías, tanto en las cubanas como en las de todo el mundo…

A la Feria de La Habana de 2022 llevamos unas cuarenta cajas de libros. De ellos más de la mitad era poesía. Regresamos sin libros. Lo que más se vendió fue poesía y los que más compraban eran los jóvenes. Esta es una realidad tácita. Se requiere de buenos libros, buenos libreros, buenos promotores. Lo que más publicábamos en Vigía era poesía. En Ediciones Matanzas el género tiene una muy alta presencia. La poesía gusta muchísimo en sus más variadas formas. La popular, la amorosa, la humorística, la de contenido social y patriótico. Cada una tiene su público. Luego hay una poesía más culta, elaborada, experimental… que demanda de un lector más atento, pero incluso, esa, también interesa. Yo nunca dejaré de editar poesía. La poesía me llevó a la edición y no sabría traicionarla.

Desde que empezaste en Vigía, con la pluralidad que caracteriza todos tus empeños culturales, defendiste la inclusión en el panorama editorial nacional de los autores cubanos residentes fuera de la Isla. Supongo que entonces, en aquel contexto, cuando algo así era muy mal visto, debió traerte no pocos dolores de cabeza. Pero seguiste y aún sigues este camino desde Ediciones Matanzas…

La literatura cubana es una sola, se escriba donde se escriba. Es imposible hablar de una literatura cubana obviando la que se escribe fuera de la Isla. Cuando descubrí que además de «Palabras escritas en la arena por un inocente», Gastón Baquero tenía una obra enorme publiqué una antología de su poesía. Cuando pude leer la poesía de José Kozer sentí que había que publicarlo en Cuba y publicamos en Vigía su primer libro en Cuba. Luego hemos publicado otros libros de él en Ediciones Matanzas. Pienso que obras como la de Damaris Calderón, María Elena Blanco o Víctor Rodríguez Núñez, por citar algunos autores, deben leerse en Cuba. Lo veo como algo natural. Por suerte ya son varias editoriales las que se ocupan de esos autores. Y que conste, lo que ha habido sobre todo es autocensura. Yo nunca he pedido permiso para hacer algo que creo justo y va en bien de nuestras letras, y de los lectores, que mucho lo agradecen.

El mundo editorial cubano tiene una gran tarea pendiente: la producción y comercialización del libro virtual, algo que no acaba de despegar pese a que, desde hace años, se habla y se habla…

Soy del siglo pasado y me aferro al libro de papel. Pero ya me convencí de la necesidad del libro digital. Solo quiero que convivan. Y ya no es un problema de mentalidad, que puede haberlo, sino de limitaciones técnicas. Necesitamos equipos y entrenamiento. Lo segundo depende de lo primero. Con estos dos aspectos me monto en el carril de lo virtual con todo entusiasmo.

Inauguraste un espacio cultural en el que la poesía se une a la música, a las artes escénicas, a la plástica… No sé la cantidad de exitosos y aportadores espacios culturales que has desarrollado en esta ciudad a lo largo de tu vida, pero lo que sí podría decir con los ojos cerrados es que en los mismos ha primado esa mezcla, esa visión de la cultura como un todo…

Siempre he sufrido por el poco espacio que tiene la literatura —y más aún, la poesía— en nuestros medios de difusión masiva: radio, televisión, prensa. Aunque no lo viví, sí tengo referencias de cuánto gustaban aquellos recitadores que llenaban teatros, aun cuando no siempre tuvieran un buen repertorio. Ha habido intentos por comunicar la poesía, y creo que ahora hay cierto resurgimiento, por supuesto que con nuevos códigos. Yo siempre quise hacer recitales de poesía con un concepto más teatral, más comunicativo que el de las lecturas en peñas y tertulias. Comencé este nuevo espacio con la cantautora Lien Rodríguez y se han ido uniendo otros poetas de la ciudad. «Concilio de las aguas» es eso, un encuentro armonioso entre poesía y canto, entre poetas y público, con la única intención de que la poesía llegue al gran público. Y creo que algo vamos consiguiendo.

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Concluyó la Feria del Libro en Matanzas