Mi primera noción de la existencia de José Martí permanece bien conservada en los recuerdos de mi infancia. En la voz de mi hermana, yo también palpé, junto a aquellos tres ciegos apresurados, qué cosa tan diversa y variopinta podía ser un elefante o me asombré de cómo lloraba un gran emperador al escuchar el canto puro de un ruiseñor. Por cierto, alguna que otra vez he contado que ese retrato martiano del paquidermo siempre me resultó más atractivo en la imaginación que aquel otro gigante cansado, más parecido a un personaje de Dickens que de Salgari, que merodeaba lento y circular en el repetido zoológico habanero de mi generación.
De los Versos Sencillos, pronto guardó mi memoria las peripecias de Pilar y su viaje a la playa en Los zapaticos de rosa. Quizá fuera uno de los poemas que más se aprendían y recitaban los niños cubanos años atrás. Todavía no descubro, salvo el inmenso talento del poeta, qué fascinación ejercen esas estrofas que tan fácil se quedan en la mente. Al punto de que, ya en la adultez, algún que otro verso se repite en ciertas situaciones.
Tiempo más tarde, con voz bondadosa pero nunca bobalicona o edulcorada, ese poeta también contaba historias. Meñique, Bebé, Nené traviesa, fueron huellas indelebles que el futuro periodista y escritor (por entonces sólo arrobado y desordenado lector infantil) mantendría bien cuidadas en sus saberes y sentires. Sin embargo, junto a las historias también estaba la poesía. Al abrirse las páginas de Ismaelillo, comienza a germinar el milagro. Más, cuando el escriba que redacta estas líneas es un trovadicto convicto y confeso y, también en voz de Pablo Milanés, Sara González y Teresita Fernández (que musicalizó todo el libro), por igual disfrutó de esos poemas. El José Martí cantado por la Nueva Trova es otro océano sensible, nutricio y rico, digno de recorrer desde los nuevos giros y viajes que aportan la música y las interpretaciones a sus poéticas.
Hablando de música, podría generalizar diciendo que todo cubano sabe las estrofas con que Julián Orbón decoró la música de La guantanamera, de Joseíto Fernández. Al menos antes, cuando esa canción era un símbolo patrio más en todo el mundo. Ahora, con los desmanes musicales que nos rondan, tanto en groseros predios de intramuros, como en idiotizados y vulgares estribillos internacionales, no estoy tan seguro. Aquellas rimas, junto con los poemas de La Edad de Oro y el ya mentado Ismaelillo, forman parte de una suerte de inefable bautizo lírico que acompañó por generaciones la niñez de la Isla y fue agua buena y regadío de las raíces propias.
De cualquier forma, lleguen por vía musical o por lectura expedita, los Versos Sencillos de José Martí resultan un jardín de magias. Una vez que se visita resulta imposible no recordarlos, no regresar, no disfrutar cada nuevo paseo. De los ríos de tinta escritos sobre ese libro, este escriba se queda con las visiones, hondas, certeras, de Fina García Marruz. La sola enunciación de que hablamos de versos sencillos, que no simples, ya es toda ella un universo de definiciones. El delicado pero muy diferente matiz de ambos vocablos, quizá sólo posible en la vastedad de significados del castizo, asienta valores, significados, graba improntas indelebles.
De hondura igualmente única resultan los versos libres. Hay un Martí filósofo, pensador, intenso en sus visiones poéticas. Pero hay también un Martí humano, amante, asombro, anhelo, dolor; un Martí pintor en versos. Más allá de las definiciones académicas de ser un poeta precursor del modernismo; más allá del «qué has hecho, Maestro», que se dice profirió Rubén Darío al saber de la muerte en combate del Apóstol, la poesía martiana reserva estancias de sentir y de vida. La fina y enérgica orfebrería de contenidos y formas; el poderoso aliento, a la vez delicado y arrasador, con se nos suman a la respiración estos versos, resultan ser un escalón de crecimiento espiritual y vivencial. Se vive, se aprende, se siente, se conduele y fortalece el alma con tales lecturas.
La más reciente edición de la Feria Internacional del Libro de La Habana ha devuelto al público cubano, en formato físico y digital, una edición de la poesía completa de José Martí. Magnífica oportunidad es esta para regresar, o iniciarse, en el interminable universo de la lírica martiana. Tan inmortal obra, ya vuelta esencia, podrá servir como segura compañía desde la inocente niñez, luego a través del amor y, de seguro, hasta más allá del viaje astral del alma. El Martí poeta, y más, sus versos, son también asidero y mano tendida y cauce a navegar para todos los tiempos.